miércoles, 25 de julio de 2007

DOCTORADO INDUSTRIA NACIONAL, de Mirta Núñez

En el Liceo 9 era "la mejor alumna" y nunca presumió de serlo. Se sentaba en el banco que estaba delante del mío.
Luego se recibió de Bioquímica en la U.B.A. e hizo una excelente carrera en el Hospital de Clínicas.
Ayer aprobó con 10 sobresaliente la defensa de sus TESIS DE DOCTORADO ante un riguroso tribunal y lo cuenta con la misma humildad que cuando era adolescente y se sacaba siempre 10.
No con vanidad, sino con la satisfacción de haber hecho un trabajo con responsabilidad y compromiso.
Defendió su tesis acompañada por dos compañeras del Liceo, también bioquímicas y no imaginó que mucha gente más de su profesión iría a escucharla.
A pedido de ella, su familia llegó después, para el momento del DICTAMEN que fundamentaba la excelencia de su trabajo.
Lágrimas, emociones, risas, y el orgullo de ser UN PRODUCTO DE LA EDUCACION PUBLICA, la tan vapuleada, la tan desprestigiada, la tan olvidada a la hora de repartir los fondo$.
Pareciera que a las instituciones no las hace la infraestructura edilicia sino la gente que la integra.
Este es mi pequeño homenaje a la flamante Doctora V.M., casada, con 2 hijos, una científica argentina de quien tengo el orgullo de haber compartido 5 años del secundario.
Mirta Núñez

sábado, 21 de julio de 2007

¡ QUE LO PARIO, MENDIETA!

El 19 de julio, "se nos fue" el Negro Fontanarrosa. Tal vez sea como dice Sábato: "Dicen que hay que desconfiar de los genios, porque a veces se hacen los muertos".

Los diarios, los blogs, mis amigos, sólo hablan de él en este día del amigo. Todos coinciden en se fue "un gran tipo". Y que los vamos a extrañar. Aunque nos queden sus libros, sus dibujos, su mesa del café, su humor y su inteligente ironía.

Mirta Núñez
www.mirta-nunez.com.ar

lunes, 16 de julio de 2007

SAAVEDRA, por Mirta Núñez


Viejo... barrio...perdona que al evocarte
se me pianta un lagrimon.
Que al rodar en tu empedrao
es un beso prolongao que te da mi corazón.(Gardel y Lepera)

El sábado me invitaron a una reunión en Saavedra, el barrio donde nací y en el cual viví hasta los dieciseis años. Un barrio bien barrio.

Hacía años que no pasaba por ahí. Las veces que he pasado, ha sido siempre por Cabildo, pero nunca caminando tres o cuatro cuadras para adentro, donde estaba mi casa.

La cita era muy cerca de dónde yo había vivido, así que di por sentado que reconocería fácilmente las calles.

Sin embargo están tan distintas que tuve que fijarme en la altura para ubicarme. El edificio de planta baja y primer piso en que viví sigue estando, pero hay tantas casa nuevas que es irreconocible la zona. Ni hablar de los comercios.

Pasé por la Placita Mackenna, a la que me llevaba mi madre porque era la más cercana, cuando no había tiempo para caminar un poco más e ir al Parque Saavedra, al cual solía ir los domingos por la mañana con mi padre (todavía recuerdo el aroma a eucaliptus que había, esos frutos del árbol que juntábamos con mi hermano en una bolsita y luego los poníamos en agua sobre la estufa a kerosene prendida en invierno porque hacía bien a los bronquios, se decía).
La placita está a medio remodelar. La vi más fea.

No puede evitar el recuerdo del día que mi amiga Lala, ya adolescente, sentada en esa plaza conoció a un muchacho que la invitó a salir al día siguiente.Por suerte la cita no se concretó, porque al otro día los diarios anunciaban la detención de un joven pelirrojo, asesino serial, llamado Carlos Eduardo Robledo Puch, que si bien vivía en Olivos, paraba en Saavedra porque allí vivía su compañero de andanzas, el último que mató.

Saavedra tiene hoy muchas casas nuevas. Allí no llegó o no se permitirá la fiebre de los edificios torres.

Las calles siguen siendo tranquilas, como cuando de niña jugaba en la vereda sin peligro alguno. Digo tranquilas en cuanto al tránsito. Acostumbrada, ahora, a vivir sobre una Avenida, me pareció que allí se podía "cruzar sin mirar". Y pensar que mi madre por entonces me decía:
- Cuidado al cruzar...

Cuando estaba por llegar al lugar de la reunión dudé respecto a cuál era Correa y cuál era Ramallo. ¿ Cómo podía haberlo olvidado si eran una o dos cuadras de mi casa? ¿ Cuál de las dos era la próxima a mi casa?

La heladería "El Chungo" era antes la única del barrio, chiquita, como eran todas antes. Hoy es "LA" heladería, casi tan famosa como Freddo.

Mientras caminaba rumbo a la casa de Amalia, volví por un ratito a ser la nena que se crió en apacible barrio de Saavedra, donde no existían los supermercados sino el almacén de la esquina, donde el colegio primario quedaba a la vuelta de mi casa, donde el Pasaje Plus Ultra era seguro para aprender a andar en bicicleta, donde los vecinos salían a la vereda en las tardes calurosas, donde sólo un departamento de mi edificio tenía teléfono y allí hablábamos todos, porque no era medido, donde salir a jugar a la vereda con los amigos era lo más normal del mundo, donde viví con mis padres y mi hermano, y fundamentalmente, DONDE FUI FELIZ. En Saavedra, un barrio bien barrio.

Mirta Núñez

www.mirta-nunez.com.ar

viernes, 6 de julio de 2007

VIVIR CON VERTIGO, por Alina Diaconú

"La vida de hoy tiene el ritmo de los ríos", escribía Antonio Machado allá por los años 20 del siglo pasado.

¿Con qué imagen podríamos comparar hoy el ritmo de nuestra vida, con qué metáfora? ¿Con una cascada? ¿Con un aluvión? ¿Con un vendaval? ¿O bien con esa extraña y temible sensación que produce el vértigo? El vértigo es ese vahído, esa turbación del juicio (como dice el diccionario) que conlleva un instante de locura, un intenso y, por fortuna, pasajero desquiciamiento de nuestra mente. Pero desquiciamiento al fin. En las alturas, para los que lo padecen, es el repentino reino del pánico, del terror... el miedo al vacío, a los abismos sin límites, a la pérdida de la razón.

La vida nuestra de cada día es un remolino. La información nos apabulla: casi todo lo sabemos al instante. La adrenalina corre por nuestro cuerpo porque cada vez queremos saber más, y no hay límite en ese pozo sin fondo. Parecería que si no estamos informados de todo lo que pasa no supiéramos nada. Y en realidad nunca lo sabremos todo y siempre ignoraremos un montón. Es una lucha en la que vamos a perder eternamente. Pero insistimos, porque tenemos voracidad de conocimientos, lo cual es loable, claro está. Ponemos el noticiero de la radio mientras hablamos por nuestro celular, leemos los mensajes de texto y conducimos el auto con una sola mano. Todo al mismo tiempo.

En un taxi o en el coche de un amigo, seguimos igual. Hablamos con nuestro interlocutor, pero en realidad estamos pendientes del teléfono móvil que suena y vibra en nuestro bolsillo, de las fotos que podemos sacar (hay casi 25 millones de celulares en la Argentina). En los bares, estamos atentos a lo que se ve en el televisor colgado en lo alto (por lo general, partidos de fútbol o de tenis), mientras tocamos las teclas de la notebook, desplegada sobre la mesa del café, para saber si entró un e-mail nuevo (se están vendiendo 300 computadoras portátiles por día en nuestro país).

En las oficinas, ni hablemos. Hay una sobrecarga: la vista clavada en la pantalla que nos acerca instantáneamente todos los mundos posibles. Los negocios, las noticias, la meteorología, los viajes, los deportes, el arte, las ciencias, lo que queremos comprar, lo que queremos vender, todo, absolutamente todo, al ritmo de nuestros deseos.

La tecnología y las maravillas que ha traído la modernidad hacen que todos seamos hombres y mujeres orquesta. Mientras cocinamos un guiso con una mano, calentamos la comida de los niños en el microondas con la otra. Contestamos el correo electrónico en el escritorio y conversamos con un amigo gracias al teléfono inalámbrico, pasando así de un cuarto a otro y enderezando, al pasar, la alfombra del living o los cuadros en la pared. Leemos mientras escuchamos música, en los medios de transporte o a la noche, para potenciar el efecto del somnífero. Y cuando salimos, nos mareamos en las megatiendas y en los supermercados y vemos cómo los chicos pasan horas hipnotizados con el chat y con los juegos electrónicos.

En esta locura hiperkinética vivimos día tras día. Ya ni nos damos cuenta de las mil cosas que hacemos al mismo tiempo. ¿Quién va a dar crédito a las palabras de aquel monje budista que un día nos dijo que no pueden hacerse dos cosas a la vez? ¿O al refrán popular que sostenía que no podemos tener el trasero en dos sillas? El ritmo de los videoclips no fue un invento artístico: es la copia de nuestra realidad diaria. Casi no podemos terminar una acción que ya está la otra, superpuesta, mientras llega la tercera que se le va a sumar.

No tenemos tregua. Vivimos excitados, sobresaltados. Corremos de un lado a otro, y cuando nos detenemos es para darnos cuenta de todas las cosas que aún nos falta hacer. En esta era que a la clase media le toca vivir se ha llegado muy alto. Tan alto que el vértigo nos acecha. Y, con este vértigo, ¿cómo no van a aumentar los ataques de pánico, las fobias y otro montón de enfermedades llamadas "de la civilización": enfermedades cardíacas, hipertensión, bulimia y anorexia, y, por supuesto, el insomnio, que afecta a un 30% de la población mundial.

A todo esto se lo llama estrés y casi parece imposible no sufrirlo. ¿Quién no vive hoy día estresado, alienado, desbordado? ¿Y cómo no se va a estar estresado con el ritmo enloquecedor que se ha apoderado de nuestra existencia y que, al parecer, no podemos o no sabemos controlar?

Escribió el psiquiatra y pensador R. D. Laing en La política de la experiencia : "Hemos nacido en un mundo donde la alienación nos espera con los brazos abiertos. Somos hombres (y mujeres) potencialmente, pero nos hallamos en un estado alienado y dicho estado no es simplemente un estado natural. (...) Como adultos, hemos olvidado la mayor parte de nuestra infancia: no sólo su contenido, sino también su sabor. Como hombres, apenas si recordamos nuestros sueños".

¿Cómo hacer para parar este vértigo que nos abruma y marea, esta vorágine que nos devora, esta ansiedad por tenerlo todo, por abarcar lo inabarcable, por controlar lo incontrolable, por no perderse nada de este atractivo mundo de la tecnología?

Los gimnasios llenos de gente hablan de cierto grado de toma de conciencia. Y también las personas corriendo en los parques, haciendo footing por la mañana, buscando lugares paradisíacos para los fines de semana largos y para sus vacaciones . Pero ¿será suficiente? ¿O habrá que hacerse un cuestionamiento más profundo que implique un cambio interno realmente transformador?

"¿Qué es esta vida cuando, llenos de cautela, no tenemos tiempo de detenernos y contemplar?", dice un poema de William Henry Davies. No se trata de vivir fuera de este tiempo tan prodigioso. Se trataría, más bien, de que las cosas no giren locamente, de encontrar un eje, un equilibrio que evite el vértigo; de avanzar dentro de uno mismo con un entusiasmo y un tesón idénticos a los que usamos para acceder a los progresos de afuera. Simplemente, encontrando una serenidad que nos es propia, esencialmente nuestra. Esta serenidad existe, es, aparece y surge con naturalidad cuando estamos en silencio, mirando un atardecer o el cielo estrellado. Cuando nos permitimos dejar de lado las especulaciones de la mente y abrir nuestro corazón.

Alina Diaconú es escritora. Su libro más reciente es Intimidades del ser .
http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=922432 LA NACION 03.07.2007 Página 19 Opinión