viernes, 23 de octubre de 2009

¿COMO SERA? de Ana Márquez - poesía -

¿COMO SERA?


¿Cómo será?
eso de avanzar sin trabas,
alentada, que cada piedra,
en lugar de un sobresalto,
sea un adorno íntimo del paisaje.

¿Cómo será?
Enviar mi intención hacia ese músculo lejano
de mi feudo en eclipse y que se me ofrezca
vasallo y sumiso...
La piel despierta, por fin,
de su sarcófago sueño.

¿Cómo, cómo será?
Andar alegremente,
despreocupada,
abierta de brazos como un crucifijo
a lo venidero
como lo estoy a lo pasado...

¿Cómo será?
eso de avanzar sin trabas,
alentada, que cada piedra,
en lugar de un sobresalto,
sea un adorno íntimo del paisaje.

¿Cómo será?
Enviar mi intención hacia ese músculo lejano
de mi feudo en eclipse y que se me ofrezca
vasallo y sumiso...
La piel despierta, por fin,
de su sarcófago sueño.

¿Cómo? ¿Cómo demonios será?
Eso de ser feliz,

¿cómo será?

Ana Márquez (española)
http://coneltiempoenmisbrazos.blogspot.com/2009/10/como-sera.html

MADRE HAY UNA SOLA - humor -

# Madre hay una sola

- Hola mamá, ¿te puedo dejar a los niños esta noche?
- ¿Vas a salir?
- Sí
- ¿Con quién?
- Con un amigo
- No sé porqué te separaste de tu marido, es un hombre tan bueno...
- Yo no me separé, él me dejó, mamá.
- Tú dejaste que se fuera y ahora andas por ahí con cualquiera
- No ando con cualquiera, mamá. Bueno, te puedo dejar los niños?
- Yo jamás los dejé a Uds. para salir con alguien que no fuera tu padre.
- Hay muchas cosas que tú hiciste y yo no hago Mamá.
- ¿Qué me quieres decir?
- Nada, sólo quiero saber si te puedo llevar los niños.
- ¿Vas a quedarte a dormir con el otro? ¡Qué diría tu marido si se llega a enterar!
- Mi EX- MARIDO, ¡mamá! Y no creo que a él le preocupe, desde que nos separamos no debe haber dormido ni una sola noche solo. - Entonces te vas a quedar a dormir con ese vago.
-¡No es un vago!
- Un hombre que sale con una divorciada con hijos es un vago, y un vividor.
- No quiero discutir ¿te llevo los niños o no?
- Pobres criaturas, ¡con una madre así!
- ¿Así cómo?
- Con pajaritos en la cabeza, por eso te dejó tu marido.
- ¡Basta! - Y más encima me gritas, ¿seguramente a ese vago con el que sales también le gritas?
- ¿Ahora te preocupa el vago?
- ¿Viste que es un vago? Yo me di cuenta de inmediato.
- Ya… mejor te corto. - Espera, no cortes, ¿a qué hora me traes los niños?
- ¡No te los voy a llevar… porque no voy a salir!
- Pero, cómo... si no sales nunca..., ¿cómo piensas rehacer tu vida? ¿o pretendes quedarte sola el resto de la vida? Aló… ¿Aló? Más encima me corta…cualquiera desearía tener una madre tan comprensiva como yo… Ese es el dolor de ser madre .


martes, 20 de octubre de 2009

EL PERICON, de Carolina Aguirre


El pericón


Cuando mi prima tenía cinco años, le tocó bailar el pericón con un compañerito de jardín en el acto del veinticinco de mayo. Desde entonces quedó convencida de que ese nene, además de su compañero de baile, era su novio. La relación —unilateral y fantasiosa pero intensa— duró hasta la clase de música del año siguiente, cuando tuvo que bailar con otro chico y nos avisó que tenía un novio nuevo. Este segundo nene, por supuesto, tampoco se enteró de la relación.

En esa misma época, una amiga conoció a un tipo por chat. Se habían visto dos veces cuando él le dijo que estaba confundido y que necesitaba un tiempo. Ella se quedó a la espera, mientras él la ignoraba por facebook y le contestaba con monosílabos los emails. Al mismo tiempo, yo, su fiel amiga, padecía su monólogo interminable sobre el tipo todas las tardes en el teléfono. En nombre de la amistad —y ablandada por su llanto continuo y profuso— perdí horas preciosas analizando sus gestos, leyendo entre líneas sus e-mails, e incluso ayudándola a redactar las respuestas, hasta que un día no aguanté más y le dije que si volvía a hablar del tipo no volvía a atenderle el teléfono.

Es muy común que después de una ruptura amorosa una amiga necesite hablar. Incluso puede llorar sin decir nada durante horas, pedirte que vayas a tu casa, o instalarse en tu sillón con cuatro kilos de masas finas y una película. Es un hábito insufrible, es cierto, pero las mujeres tenemos la necesidad imperiosa, vital, de analizar y desmenuzar cada aspecto de la relación para poder hacer el duelo. Y como todas alguna vez le freímos el cerebro a una amiga, aunque la otra se ponga muy pero muy pesada, lo correcto es poner la oreja y aguantar.

Sin embargo, al menos para mí, el tiempo que se puede llamar llorando por un hombre es directamente proporcional al tiempo que estuvieron juntos. Puedo escuchar durante un año a alguien que se divorció después de una década o bancarme toda una semana a una amiga que salió unos meses con un tipo que le gustaba. Pero por dos o tres citas o dos conversaciones por internet, no soporto más de veinte minutos. A eso —a salir dos veces con alguien y hablar todo el día como si fueran novios— yo lo llamo “bailar el pericón”.

Las mujeres que bailan el pericón no caen una sola vez, sino que lo hacen todos los meses con un tipo distinto, después de un encuentro fortuito que siempre, pero siempre, les parece el puntapié de una relación para toda la vida. Conocen a alguien un sábado a la noche, charlan un rato, le dan el teléfono y desde el domingo a la mañana te empiezan a taladrar el cerebro con horas de conversación inverosímil, infundada y delirante sobre el futuro de la no-relación. “Me parece re dulce, porque me dijo que los domingos estaba con su familia”, “Yo creo que él necesita alguien que lo cuide porque se nota que está desprotegido”, “Yo no me voy a bancar que él se pase los fines de semana en el country. Haremos uno y uno o veremos. Pero va a tener que ceder, porque el fin de semana yo quiero hacer cosas” repite, durante toda la semana, obligándote a perder el tiempo hablando de una persona que ni siquiera sabe si va a volver a llamar.

Si llama, el asunto no mejora. Al contrario. En vez de calmarse, se ponen más ansiosas, más pesadas, más monotemáticas. De repente, le dejan de decir “el tipo que conocí el sábado” y empiezan a hablar de él usando el nombre de pila como si se conocieran hace mucho tiempo: “Ah, no sé si puedo ir el viernes, porque quizás hago algo con Juan” te explican, como si todos los fines de semana salieran juntos. O te cuentan que Juan es re ordenado cuando vos te quejás de que el tu novio es un roñoso impresentable, cuando en realidad, sólo vieron una foto del departamento del tipo por facebook. Esperan agazapadas, cualquier grieta en la conversación para empezar a hablar del muchacho de este mes hasta que sus oyentes le rezan a dios para que las deje sordas o le organice un accidente a ella en el que además de desmayarse, les amputen la lengua.

Y peor si el tipo no las registra. Este tipo de amigas te pueden hablar años de un hombre que no sabe que existen. Pueden obligarte —con sus ojos de perro abandonado— a interpretar las señales de su vestimenta (Vino re arreglado porque sabía que yo iba a ir), los errores de su Outlook Express (Si no quiere hablar conmigo ¿Para qué me incluyó en la cadena de mail? Es obvio que está buscando una forma de acercarse) o su indiferencia (Cuando yo paso siempre mira para otro lado, qué casualidad, como si tuviera que disimular).

Para no herir sus sentimientos, durante semanas —y a veces meses— una soporta estoicamente su cháchara llena de afirmaciones y flash forwards improbables cada vez más aburridos. De vez en cuando le damos un consejo: “No te apures, tomatelo con calma” fingiendo que temés por su bienestar cuando lo único que necesitamos es que nos deje de hacer perder el tiempo de nuevo.

Previsiblemente, este tipo de amistades solo tienen dos salidas. O soportás sus romances infantiles e unilaterales de princesa senil a expensas de tu tiempo libre y de tu familia, o les explicás que están bailando el pericón y que te tienen podrida. En el primer caso, te odiás a vos misma por haber perdido tanto tiempo teniendo la misma conversación con nombres distintos. En el segundo, ella se ofende y se va a bailar el pericón al teléfono de otra amiga. Yo, durante años elegí la primera. Me parecía poco noble no escuchar las penas de una amiga. Sin embargo, en este último tiempo, será que estoy más vieja o que tengo menos paciencia, ni bien me llaman y empiezan a bailar, ni las escucho ni les digo nada. Simplemente les apago la música.

Fuente: Bestiaria : relatos e imágenes de mujeres Weblog de Carolina Aguirre

sábado, 17 de octubre de 2009

viernes, 16 de octubre de 2009

Respeto, de Mario Rosen

R E S P E T O!!!!! En mi casa me enseñaron bien.Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.

Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: “Ya van a ver cuando llegue papá”. Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.. No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran “lavarse las manos antes de sentarse a la mesa” o “escuchar cuando los mayores hablan”.Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera. Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “las reglas” mediante el sano y excitante proceso de la “travesura” que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible. El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había “travesuras” sin “castigo”, y una enorme cantidad de “reglas” que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo permite).El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad. Le explicaré: Justicia, porque “el que las hace las paga”. Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa. Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. En mi casa había una“Tercera Regla” no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio.El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:- Pretender saberlo todo- Tener razón hasta morir- No escuchar- Tú me importas, sólo si me sirves. La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira. Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar. PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas. Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel. Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla. Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada. Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa... Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío. Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento.¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE ?Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe. Dr. Mario Rosen (¿Sería muy insolente si le pido que lo reenvíe?)

jueves, 8 de octubre de 2009

Lo primero que aprendí en la Facultad, por Mirta Núñez

LA JUSTICIA CUANDO LLEGA TARDE NO ES JUSTICIA

Nada más que esto quería decir.
Señor Juez: mis clientes no pueden esperar más.
¡ Haga algo y hágalo ya!
Pero por favor, antes de dictar sentencia, LEA TODO EL EXPEDIENTE.

Mirta Núñez (abogada)
www.mirta-nunez.com.ar

Corazón Libre (Merecedes Sosa, Rafael Amor)

domingo, 4 de octubre de 2009